María José Bravo: una muerte sin sentido
Hace siete años enfrenté una de las situaciones más difíciles y tristes en mí carrera periodística: el asesinato de la periodista María José Bravo, quien en ese entonces se desempeñaba como corresponsal de La Prensa en el departamento de Chontales.
Rosario Montenegro Zeledón
María José tenía dos días de estar brindando cobertura a las protestas que pobladores de Santo Tomás y Cuapa escenificaban en las afueras del Centro de Cómputos de Juigalpa, luego de las Elecciones Municipales de 2004.
Habían transcurrido dos días de esos comicios y mis jornadas laborales habían sido extenuantes, por lo que pensé que ese 9 de noviembre quizás podría irme a descansar antes de las 7: 00 p.m., incluso hasta planes para ir al cine hice.
Pero todo cambió cuando uno de los jefes de información del diario nos dijo que habían recibido una llamada diciendo que una de las corresponsales en Chontales había sido herida en las afueras del Centro de Cómputos, ubicado en Juigalpa.
No habían dado mayores detalles, así que Tatiana Rothschuh, mi amiga y colega con quien compartíamos la edición de la Sección de Departamentos, llamó a Mercedes Sequeira, una de las corresponsales en Chontales, pero al ver que no le contestó procedí a marcar el número de celular de María José.
Pensé que se había dado alguna trifulca entre protestantes y los que defendían los resultados dados a conocer por el Consejo Supremo Electoral, y que alguna piedra desperdigada habría alcanzado a alguna de ellas, provocándole una herida en una pierna o un brazo quizás.
Pero cuando advertí que la voz que me respondió no era la de María José, intuí que la situación era más complicada, pero no tanto como realmente era. Recuerdo que mi reacción fue reclamarle al señor por responder el celular de María José y le “exigí” que me la comunicara, que dónde estaba, qué le pasaba…
Reclamaba y preguntaba, pero me daba miedo escuchar la verdad, aunque pensaba que lo peor que podía oír era que la piedra le había provocado una herida grave, quizás en la cabeza, y que por eso la habían trasladado al hospital.
Mientras reclamaba, mis compañeros empezaron a rodearme, y sus rostros ya advertían niveles de preocupación y angustia. Supongo que el mío reflejaba una situación similar o peor. Finalmente del otro lado de la línea llegó la verdad: María José está muerta, sin procesar la información no atiné a decir más que “la mataron, la mataron…” Un silencio se apoderó de aquella redacción generalmente tan bulliciosa.
Nadie daba crédito a lo que me habían escuchado, mientras yo misma dudaba. Por eso, cómo a los tres o cinco minutos, no sé realmente, volví a marcar el número de celular de María José, pero tampoco me contestó, escuché otra vez la voz de aquel señor diciéndome de nuevo que María José estaba muerta, que un hombre había llegado a dispararle directamente a ella.
En medio de toda la confusión y la incredulidad, Tatiana me dijo que ella se trasladaría inmediatamente a Juigalpa para apoyar a la familia, con ella se fue el periodista Luis Alemán, para obtener mayores datos de este asesinato. Por mi parte llamé al Jefe Policial de Chontales, a familiares, amistades, testigos del hecho y así empezar a armar aquella nota de prensa que jamás hubiera deseado escribir.
Con los datos recabados, los innumerables pronunciamientos, la información y fotos enviadas por el equipo que se había trasladado a Juigalpa, a media noche teníamos lista la principal información del diario: la muerte de María José, asesinada durante el ejercicio de su labor periodística.
Finalmente llegue temprano a mi casa, quizás eran las 3 de la madrugada, pero del día siguiente. No descansé, no dormí, no pude. En realidad creo que esa noche muy pocos periodistas pudimos dormir o descansar.
¿Cómo dormir? Lo que había sucedido es como si un médico fuese asesinado mientras y porque realiza una cirugía o cualquier otro profesional por ejercer su labor. Fue una muerte sin sentido, que nunca tuvo que suceder, pero que aunque nunca logremos entenderla ni asimilarla, sucedió.
Ese 9 de noviembre de 2004 el fanatismo político y la intolerancia no sólo terminaron con la vida de una joven periodista, sino que también a un niño le arrebataron a su madre, a una madre a su hija y a una joven a su única hermana.