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Rubén Darío. Más que un poeta, un hombre recordado por sus afectos

Rubén Darío, retrato, pluma y facsímil de carta manuscrita.

Rubén Darío, retrato, pluma y facsímil de carta manuscrita.

* Pocos días antes de cumplirse los 100 años de su muerte, dos de sus bisnietos repasan la difícil intimidad del “príncipe de las letras”, como se evoca al gran escritor nicaragüense

Laura Ventura
La Nación, Argentina

Martín Katz Darío y Marta Eloísa Darío no son catedráticos ni profesores ni lo pretenden ser. A estos últimos, a los grandes eruditos del universo dariano, los llaman con cariño por su nombre de pila porque con ellos han compartido horas de estudios y encuentros.

El de los descendientes de Darío [hay además una bisnieta en Misiones y el resto vive en Nicaragua, los Estados Unidos y en Canadá] no es un análisis crítico de la obra literaria del poeta, aunque hayan leído tantos libros y ensayos que bien podrían realizarlo, sino que hablan con soltura de aquello que es mucho más que mera bibliografía. Es su propia historia y herencia. La narran con pasión, antes que con la distancia académica.

Son custodios de la memoria y de algunos objetos de ese fantasma tan presente y de vida trágica al que han dedicado todo el tiempo que les permitieron sus vidas y profesiones y cuyo recuerdo construyen con los diarios, testimonios y relatos de su abuelo y de sus padres.

– Darío tiene fama de melancólico, ¿por qué?

Marta Eloísa Darío: – La suya fue una vida de tristeza y cambios permanentes que repercutieron en su sentir y en su hacer. El matrimonio de sus padres, quienes eran primos, fue inducido por su tía Bernarda. Manuel García tenía 46 años y Rosa Sarmiento, 23, pero no fueron ellos quienes lo criaron.

Martín Katz Darío: – Rubén Darío [el poeta adopta el célebre apellido, el mismo con el que era conocida su familia de crianza, “los Darío”, en recuerdo de su tatarabuelo, Darío Mayorga. El apellido luego adquirió carácter legal] creció sin amor maternal o paternal. Su padre biológico no sentaba cabeza, entre el alcohol y las mujeres. Su madre da a luz al niño en Metapa, Nicaragua, y luego tendrá una niña, quien muere al poco tiempo. Ella, cansada del comportamiento de su marido, se divorcia y parte para Honduras con otro hombre. A Rubén Darío lo irá a buscar su padrino, el coronel Félix Ramírez Madregil, para criarlo en Nicaragua junto con su tía, a quien Darío llama “mamá Bernarda”, en una casa donde existía una gran biblioteca.

Recién a los 11 años conoce a su mamá, quien fue a llevarle unos dulces y unos regalitos. El coronel se muere, la economía empieza a declinar y Bernarda piensa en ponerlo a trabajar como sastre, que era más lucrativo que aquello que hacía todo el tiempo: escribir poemas. –

Fue un niño precoz, ¿por qué el periodismo?

M. E. D.: – Creó su propio mundo. A los tres años comenzó a leer; a los 11 jugaba con el diccionario. A los 15 ya era periodista, y a esa edad los niños juegan, pero él estaba entre gente grande, en una sociedad donde se tomaba mucho.

M. K. D.: – El periodismo fue un modo de ganar dinero. Todos se sorprendían con el modo en el que escribía. Tenía un vocabulario que no estaba a la altura de un niño. –

Darío se casó varias veces, ¿quién fue su gran amor?

M. K. D.: – Su primera mujer, Rafaela Contreras, conocida como Stella, seudónimo con el que firmaba sus poesías. Era la hija del orador más famoso de Honduras, Álvaro Contreras. A ella le dedicará los poemas de Azul. Darío la admiraba. Poco después de tener a su primer hijo, Rubén Álvaro Darío Contreras [abuelo de los entrevistados], parte para España en representación de Nicaragua por los festejos de los cuatro siglos del descubrimiento de América.

Stella le envía un mensaje diciéndole que estaba muriendo en El Salvador, adonde Darío no podía ingresar por temas políticos. No pueden despedirse. Darío estuvo ocho días encerrado en un hotel, tomando y llorando. Le dio un coma hepático y ahí regresó para cuidarlo un tiempo su madre biológica. A su hijo pequeño lo cuidarán sus tíos.

– ¿Cómo era como padre? ¿Qué les contó su abuelo?

M. K. D.: – Como padre fue todo lo amoroso que pudo ser. El tema del dinero, sumado a las turbulencias políticas en las que estaba metido, lo angustiaba. Se reencuentra con su primer hijo cuando éste tiene 19 años, en Barcelona, y lo escucha ejecutar a Tchaikovski. Darío queda muy emocionado y orgulloso de él, de nuestro abuelo. [Katz busca un cuaderno que perteneció a su abuelo.] Mirá, acá está la firma auténtica de Rubén Darío: “Sé bueno siempre”, le dice, en 1915, a su hijo, y también le aconseja que vaya a la Argentina, “una tierra de promesas”.

– Darío tuvo éxito y reconocimiento en vida, pero su vida la rondó la tragedia.

M. E. D.: – Mi papá se dedicó a investigar durante 30 años la vida de Darío. Luego de quedar viudo de Stella, lo obligan a casarse con Rosario Murillo, con quien tiene un hijo, que morirá a los pocos días, de tétanos, porque le cortan el cordón umbilical con un cuchillo oxidado.

Rosario nunca le da el divorcio, y tras su separación, Darío tendrá otra pareja, Francisca Sánchez, con quien tiene cuatro hijos. Los primeros tres mueren siendo muy pequeños [la primera, de viruela; el segundo, Phocas, de bronconeumonía, a quien le escribe un poema famoso; el tercero vivirá pocos días] y el cuarto, Güicho, vive hasta los 48 años.

– ¿Qué ocurrió con su cerebro cuando murió?

M. E. D.: – Fue muy macabro [muere a los 49 años de cirrosis atrófica]. En esa época se creía que el alma estaba en el cerebro. Su médico, el doctor Luis Debayle, lo extrae, lo esconde y lo guarda. El hermano de Rosario Murillo también lo quería. Hubo peleas con golpes e intervino la policía, quien se llevó el cerebro mientras se consultaba al presidente qué hacer con él. Finalmente se lo pudo estudiar.

– ¿Qué significó el diario La Nación en la vida del poeta?

M. E. D.: – Fue su vida, lo único seguro que tuvo durante ella. Le abrió muchas puertas. Ahí escribió sus crónicas y fue el diario el que lo envió a Europa. Estaba orgulloso de pertenecer al diario.

Vuela una paloma en la sala. No es una metáfora. En pleno centro porteño, mientras dos primos hablan de su bisabuelo, como arqueólogos, descifrando ese enigma y mito que fue Rubén Darío, el ave, imagen y símbolo tan presente en sus versos, vuela libre entre los recuerdos.

Fuente: La Nación, Argentina.

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