Rubén Darío y el tango
Al aproximarse los 100 años de la muerte del bardo de bardos, Rubén Darío, se ha recordado la trascendencia del gran vate en la cultura hispanoamericana y más allá, pero también hay voces que no quieren dejar pasar la influencia del poeta nicaragüense en la música, en especial en tangos y valses.
Publicaciones argentinas señalan la presencia de Darío en “La novia ausente” de Enrique Cadícamo y Guillermo Barbieri, en la que Carlos Gardel recita un fragmento de uno de los poemas más conocidos de Rubén Darío, “Sonatina”.
Pero además, señalan, es interesante observar la combinación de los versos de doce sílabas de la letra con los catorce del poema y la común cadencia dariana: “Al raro conjuro de noche y reseda/ temblaban las hojas del parque también/ y tú me pedías que te recitara/ esta “sonatina” que soñó Rubén: (recitado)
“La princesa está triste! ¿Qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa/ que ha perdido la risa, que ha perdido el color./La princesa esta pálida en su silla de oro,/ está mudo el teclado de su clave sonoro/ y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor”.//
En “Sólo se quiere una vez” de Claudio Frollo y Carlos Vicente Geroni Flores, la novia es la que “decía los versos de Rubén” y Gardel recita el famoso fragmento que inicia “Canción de otoño en primavera”: “Juventud divino tesoro/ te vas para no volver./ Cuando quiero llorar no lloro/ y a veces lloro sin querer”… En ambos casos al poeta se lo nombra simplemente Rubén. Era demasiado conocido como para tener que aclarar.
Es, sin duda, la influencia del modernismo en la música popular argentina, según señalan estos admiradores del tango y la poesía.
Una figura emblemática de la destreza lunfarda, Carlos de la Púa (1898 -1950), en la poesía Citroen de su obra fundamental, La crencha engrasada (1928), menciona al influyente vate nicaragüense:
… ayer en el Florida matutino
que cantara Rubén en verso fino,
te campanié de nuevo embelesado…
En este breve repaso de la corriente modernista en el tango y, esencialmente, en la obra de Cadícamo, hacen mención de un vals que compuso también con Guillermo Barbieri, uno de sus frecuentes colaboradores musicales. Juntos hicieron (amén de La novia ausente), Cruz de palo, Olvidao, El que atrasó el reloj y Anclao en París, entre otros temas. Ahora le toca el turno a Tus manos, en donde aparece fugazmente la ficticia Eulalia, retratada de este modo por Darío en su poema: Era un aire suave (1893):
La marquesa Eulalia risas y desvíos
daba a un mismo tiempo para dos rivales (…)
Es noche de fiesta, y el baile de trajes
ostenta su gloria de trajes mundanos.
La divina Eulalia, vestida de encajes,
una flor destroza con sus tersas manos…
Curiosamente la Eulalia de Tus manos no es más aquella «marquesa» rubendariana; Cadícamo la realzó nombrándola «princesa», pero a su vez le rebaja la hermosura de sus manos:
Guardan claro de luna tus manos de Abadesa,
y una luz milagrosa que las hace monjil.
No las tuvo tan bellas Eulalia, la princesa,
ni tan aristocráticas Madame de Duplessi…
Tus uñas en el ampo de tus manos liliales
resaltan como extrañas, escamas de rubí…
Son de un rojo tan vivo tus uñas criminales
que brillan como ardientes teorías carmesí…
La obra de Celedonio Flores tiene reminiscencias estructurales no solamente de Darío; además, como señala Ricardo Ostuni en su libro Viaje al corazón del tango, hay vestigios de los estilos de Almafuerte, Baldomero Fernández Moreno y Víctor Hugo, entre otros talentos. De todos modos, Flores en más de una ocasión se encargó de dejar en claro su (por así decido) distanciamiento de las expresiones lingüísticas refinadas:
¿Qué sabemos de marquesas, de blasones y literas
si las pocas que hemos visto han sido de carnaval?
¡Que nos pidan un cuadrito de la vida arrabalera
y acusamos las cuarenta y las diez para el final!
En otra estrofa, como disculpándose y discriminando sin querer, aclara con lo siguiente:
» y no vas a creer que escribo / en este lenguaje rante / por irlas de interesante / ni por pasarme de vivo. / Sino porque no hallo bien / ni apropiado ni certero / el pretender que un carrero / se deleite con Rubén…» (Señora).