Bernie, el candidato izquierdista de Estados Unidos
Ethan Earle
* Invitó a Noam Chomsky a hablar en la casa de gobierno, y viajó a Nicaragua para conocer a Daniel Ortega y establecer una ciudad hermana sandinista.
Vermont es un pequeño y extraño lugar. Es el número 49 de cincuenta estados, tiene solo 626.000 habitantes y la mayoría de ellos vive en pueblitos agrícolas que salpican las Green Mountains en toda su longitud.
Los vermonteses se jactan de su autosuficiencia marcada por un perfil tozudamente independiente y ocasionalmente revolucionario. El estado fue fundado por una milicia separatista durante la Guerra Revolucionaria. Sería luego el primer estado en abolir la esclavitud y jugaría un papel crucial en el llamado Underground Railroad (ferrocarril subterráneo), que ayudó a ocultarse a esclavos fugitivos en su terreno sinuoso y los escoltó a través de la frontera norte con Canadá.
Durante mi infancia, escuchaba estas historias como pruebas de que los vermonteses son ciudadanos comprometidos que no se toman a bien las injusticias o el doble discurso político.
En 1980, Bernie Sanders (nacido en Brooklyn) entró al escenario político por la izquierda como candidato independiente a alcalde de Burlington, describiéndose a sí mismo como un socialdemócrata. Derrotó por 10 votos al candidato oficialista que se presentaba a una quinta reelección, y luego fue reelegido 3 veces.
Durante su período como alcalde, Bernie fue ampliamente reconocido como un izquierdista sin pelos en la lengua, pero también como un administrador eficiente. Fue él quien abrió la primera comisión de la mujer en la ciudad, apoyó el desarrollo de cooperativas de trabajadores e inició uno de los primeros y más exitosos experimentos de viviendas comunales financiadas por el estado.
Esta última medida aseguró la preservación de viviendas accesibles para sectores de bajos y medios ingresos, y frenó el proceso de gentrificación en medio de un proyecto para revitalizar la costanera, que de lo contrario habría transformado el centro de la ciudad.
Bernie el izquierdista, invitó a Noam Chomsky a hablar en la casa de gobierno, y viajó a Nicaragua para conocer a Daniel Ortega y establecer una ciudad hermana sandinista. Bernie el administrador, mantuvo el presupuesto de la ciudad balanceado y fue parte de la transformación de Burlington en una de las ciudades más lindas y habitables de los Estados Unidos.
En 1990, Bernie se presentó como candidato para la cámara de representantes de Estados Unidos y se convirtió en su primer miembro independiente en cuarenta años. Rápidamente fundó el Congressional Progressive Congress, que hasta el presente es uno de los pocos baluartes de izquierda en el Capitolio. Criticó a políticos de ambos partidos por subordinarse a la lógica corrupta de Washington. Se reveló como un político serio, de mensaje directo y franco, y alarmado por las crisis que enfrenta nuestro país.
Si bien sus modales a veces pueden parecer hoscos y sus aptitudes sociales escasas, nunca hubo dudas acerca de su devoción por el trabajo. Bernie pudo emerger como una voz calificada a nivel nacional en temas que van desde la desigualdad en los ingresos a la cobertura médica universal, la reforma de la campaña financiera y los derechos LGBT. También fue un prominente crítico temprano de la guerra de Irak y los programas de vigilancia interna como la Ley Patriota.
Básicamente, Bernie mantuvo el curso que él mismo se había propuesto desde el principio, el de un progresista imperturbable que basa su trabajo en una independencia fundamentada y la obstinación porque se hagan las cosas. De nuevo en Vermont, donde desde 2006 ha sido senador, Bernie continuó incrementando su popularidad y ganó con el 71% de los votos en su elección más reciente, consiguiendo la mayor tasa de aprobación de todos los políticos de Estados Unidos.
Su reconocido rechazo a las campañas de desprestigio, así como su compromiso en encontrar terrenos comunes con figuras políticas de otros bandos, solo han fortalecido su reputación. Precisamente, su mayor logro y el secreto de su éxito, ha sido construir un nuevo consenso político en el estado de Vermont. Por supuesto, él interpela a los liberales más acérrimos pero saca su fortaleza real de familias trabajadoras blancas de las pequeñas ciudades, no tan conocidas (al menos en las décadas recientes) por sus inclinaciones socialdemócratas.
Mi familia es una familia de peluqueros, a los que se suman un par de enfermeras y electricistas. Somos una familia de cazadores y fanáticos de Katy Perry. Somos una familia a la que la cultura política contemporánea le ha hecho creer que su voz no cuenta. Y puedo decir, con total honestidad, que Bernie Sanders ha hecho pensar distinto a mi familia. De cara a las próximas elecciones primarias, casi todos ellos propensos a votar a los republicanos en cualquier otra elección darán su voto a Bernie Sanders. Cuando estoy en Vermont no solemos hablar de política pero cuando lo hacemos hablamos de Bernie. Puedo escuchar a mi tía decir “Quizás no estoy de acuerdo con todo lo que él dice o hace, pero sé que él sabe lo que dice y cree en lo que hace. Sé que él nunca nos entregaría y que siempre nos dirá las cosas de frente”.
El crecimiento del senador Bernie Sanders, en una campaña engañosamente quijotesca para convertirse en el 45avo presidente de los Estados Unidos, ha despertado extrañas animosidades en la opinión pública. Bernie atrajo multitudes mucho más grandes y generó más entusiasmo que cualquier otro candidato de los dos partidos.
Durante 2015 su campaña recibió 73 millones de dólares de más de un millón de individuos y un récord de 2,5 millones de contribuciones en total. Está recibiendo una gran cobertura mediática con primera plana en los medios más importantes de Estados Unidos y es el tópico central en numerosos tweets, memes y conversaciones de internet en general. Su principal contendiente, la todavía favorita Hillary Clinton -ex secretaria de Estado, senadora, primera dama y niña mimada del establishment demócrata- estaba posicionada como la candidata más imparable en toda una generación, tan solo 6 meses atrás.
Después de décadas trabajando en política, no debería ser ninguna sorpresa que la plataforma de campaña de Bernie sea amplia y detallada, meticulosa se podría decir. Quizás meticulosa pero no confusa: no ha dejado lugar a dudas de que su mayor preocupación es la desigualdad que define cada vez más a la economía estadounidense. Propone subir el salario mínimo de 7.25 dólares a 15 hacia 2020. Promete crear millones de puestos de trabajo a través de programas federales de infraestructura y programas para la juventud.
Dice que va a expandir la seguridad social, proporcionando educación gratis en todas las universidades públicas y extendiendo la cobertura de salud a todos a través de un sistema de pago único. Su plan para financiar estos programas es simple: subir impuestos a los ricos y a las grandes corporaciones, y cobrar impuestos a la especulación financiera.
En sus historias, Bernie cuenta cómo Estados Unidos se convirtió en uno de los países con mayor desigualdad en el mundo, y pone especial énfasis en la responsabilidad de las instituciones financieras en la crisis del 2007-08. Lamenta que ni un solo ejecutivo haya sido encarcelado por su rol en estos episodios, y muestra el contraste existente con un sistema de justicia que ha encarcelado a millones de personas de bajos recursos por delitos menores.
Propone la implementación de una versión siglo 21 de la Ley Glass-Steagall, la que impidió que los bancos comerciales participaran con bancos de inversión a partir de 1933 y que luego fue derogada bajo la mirada aprobatoria del presidente Bill Clinton en 1999. Recientemente anunció que, de ser elegido, en su primer año disolvería todas las instituciones financieras alguna vez consideradas “demasiado grandes para caer”.
El simbolismo de la elección de una presidente mujer es importante, sin duda, un evento potencialmente histórico que rivalizaría con la elección de Barack Obama como el primer presidente afroamericano de nuestro país hace ocho años. Sin embargo, también hemos visto las limitaciones del simbolismo en la política durante la administración del presidente Obama, con el ingreso medio y la riqueza de afroamericanos en declive, mientras que la disminución de las tasas de encarcelamiento continúan a un ritmo aparentemente inexorable, a su vez, la deportación de los inmigrantes latinos ha alcanzado niveles récord.
Por otra parte, el valor de este simbolismo se puede ver compensado por la alternativa de elegir un presidente con un plan y un mandato que cambie la forma en que funcionan Washington y nuestro país en general.