¿Reaparece el fantasma de la muchacha bonita?
Un delicioso bocado para los amantes de lo misterioso. Un canal de Nicaragua publicó una fotografía tomada presuntamente el jueves pasado en la carretera Chinandega-Corinto, en la que aparece la silueta de una mujer vestida de blanco, supuestamente un fantasma, que pide raid.
La nota atribuye el encuentro a un conductor que viajaba en la mencionada vía a eso de la una de la madrugada y calza a la perfección con una narración de Martha Isabel Arana, una escritora nicaragüense que vive en Estados Unidos, en torno a una hermosa muchacha que hace “auto stop” en la vía que arranca en la carretera vieja a León, frente al Xolotlán, hasta llegar al Occidente del país.
Es la misma historia, recuerda el Canal 8, que contaba el fallecido padre José Shendell a la feligresía de Corinto. Una madrugada iba a traer leche a El Realejo cuando de repente la mujer apareció sentada en el asiento del copiloto, luego desapareció. Desde entonces varios creen que la mujer que se le ha aparecido a muchos conductores en el referido lugar, sí existe.
“Creo en lo que dijo el padre en ese entonces porque él era incapaz de mentir. No sabemos por qué esa mujer sale, pero creemos que podría tratarse de un alma en pena”, informó Auxiliadora Martínez, habitante de Corinto citada por Canal 8.
Ese tipo de “apariciones”, generalmente de mujeres fantasmales que piden un aventón a varones, se han reportado también en carreteras solitarias de otros países. Los creyentes en las visitas del más allá las atribuyen a espíritus que no han encontrado la paz tras perecer violentamente en accidentes.
Como apuntamos antes, Martha Isabel Arana expuso en su blog “Nicaragua de mis recuerdos”, la historia de una fantasma que supuestamente aparece en el largo trayecto que lleva desde el trecho ubicado frente al lago de Managua, hasta Occidente.
“Memorias de una muchacha bonita”, se titula el relato que les dejamos a continuación:
Cuentan que hace años, un muchacho de Managua fue invitado a una boda en la antigua Ciudad Universitaria. Llegado el día, aunque estaba nublado y los ánimos lo invitaban a quedarse en casa, Ernesto, el joven de la historia, no quería perderse el esperado acontecimiento porque quien se casaba era uno de sus amigos más queridos. Pensando que valía la pena el viaje y tomando en cuenta que León no está muy lejos de la capital, decidió salir temprano para llegar a tiempo y no sufrir ningún atraso. Cuando llegó a la zona donde el Lago Xolotlán comienza a coquetear mostrando su azul a las personas que transitan la Carretera Vieja a León, comenzó una lluvia fuerte a caer sin clemencia, desbordándose el cielo y provocando uno de esos aguaceros tropicales que parecieran no van a parar jamás.
No había dejado atrás el recuerdo del lago, ni el olor a tierra mojada había abandonado su mente, cuando de pronto divisó a un lado de la carretera a una muchacha de cabello hermoso haciendo señas para que la ayudara. Ernesto bajó la velocidad de su carro y al detenerse, ella le comentó que su vehículo estaba dañado y que necesitaba viajar a León para asistir a una boda a la que había sido invitada. Compadecido por verla sola bajo ese tiempo amenazante, el joven decidió llevarla y así aprovechar un poco de buena compañía. Al comenzar a platicar con ella no pudo evitar dejarse llevar por la calidez de su voz y la sencillez de su sonrisa que contrastaban con la palidez fría en su rostro delgado. Casualidades de la vida, la boda a que ambos asistirían resultó ser la misma y entre canciones y alegría, él buscaba cualquier minuto libre para apartarse de sus amistades y acercarse a ella. La muchacha, sola en una esquina de la casa, parecía esperar únicamente su compañía. Se ofreció entonces Ernesto para llevarla de regreso a Managua, lo cual ella aceptó gustosa y ambos partieron cerca de la medianoche. El joven disfrutaba la compañía de su compañera, el negro fondo de su cabello de estrellas y la plática serena que solo una persona que ha perdido todo y está en paz puede ofrecer. El aire se llenaba todo con el olor natural de mujer bonita.
Cuando venían por la misma zona del lago donde Ernesto la miró por primera vez, ella le dijo que se detuvieran, que tenía que bajar. El insistió en acompañarla hasta su casa, pero la muchacha se negó rotundamente. Le explicó que moraba muy cerca de allí, que no quería que se atrasara porque era peligroso viajar de noche. Entonces él le prestó su saco para que se protegiera de la llovizna que aún caía ligera, buscando una excusa para verla nuevamente. Se bajó la muchacha de prisa y se perdió en la neblina espesa de un caminito perdido. Ernesto hubiera jurado que flotaba al caminar, como las apariciones en pena en las noches cálidas de la Semana Santa.
Al día siguiente regresó al camino que lucía ahora distinto bajo la luz del sol. Esta vez no había lluvia, neblina, mucho menos muchacha. Se bajó, buscó, preguntó en diversos caseríos dando las señas y el nombre de la misteriosa y hermosa mujer que lo había acompañado la noche anterior. Sorprendidas las personas que se acordaban de ella, le dijeron que esa joven había fallecido hacía más o menos un año en un trágico accidente en una tarde lluviosa camino a una fiesta en Poneloya. Incluso le comentaron que había una cruz cerca de allí con nombre y fecha. El joven se sentía confundido y poniéndose de mal humor pensó que las buenas personas se burlaban de él. Pidió entonces que lo llevaran al lugar donde supuestamente estaba enterrada la pobre muchacha porque no podía creerlo. Su corazón latió con fuerza y un escalofrío inesperado cubrió su cuerpo ante una visión insólita que no esperaba. Colgado en la cruz estaba su saco, inconfundible. Lo tomó en sus manos temblorosas, lo acercó a su rostro para cerciorarse que era suyo y lo sintió húmedo, frío, marchito. Mezclado con su propio perfume, apenas casi perceptible flotaba en el aire el olor agradable de aquella mujer bonita.
Martha Isabel Arana
Orlando, Florida 2004