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Yo, Rubén Darío

yo* Fruto de una minuciosa lectura de la voluminosa obra de Rubén Darío, fallecido en 1016 a los 49 años, tanto la lírica como la periodística, el relato de Ian Gibson nos sitúa de lleno en el universo interior del gran creador, merecedor de una revalorización en profundidad.

El Sol de México

Memorias de ultratumba de un Rey de la poesía, con tal subtítulo, en el centenario de su deceso, el escritor irlandés Ian Gibson (Dublin, 1939) ha publicado “Yo, Rubén Darío” (Ediciones B, 339 páginas).

Fruto de una minuciosa lectura de la voluminosa obra de Rubén Darío, fallecido en 1016 a los 49 años, tanto la lírica como la periodística, el relato de Ian Gibson nos sitúa de lleno en el universo interior del gran creador, merecedor de una revalorización en profundidad.

Sublime exhalación

“Rubén, desde el otro lado, repasa su vida”, rememora Gibson. “Vida solo contada de manera parcial en la breve autobiografía dictada poco antes de su muerte en 1916, cuando, horrorizado por la carnicería de la Gran Guerra, iba perdiendo su fe en la humanidad.

“…Yo me moría en la ciudad nicaragüense de León a los 10 y 18 minutos de la noche del 6 de febrero de 1916, a consecuencia de una cirrosis atrófica del hígado. El alcohol –mi consuelo y mi peor enemigo desde hacía décadas- se había salido con la suya. Acababa de cumplir los 49 años y era el poeta más famoso del mundo hispánico (y no creo que sea inmodestia) el más querido.

“La noticia de mi intempestiva defunción corrió como una exhalación por redacciones y agencias. Las primeras planas de todos los periódicos de lengua española anunciaron –en medio de las últimas nuevas de la Gran Guerra, y con las hipérboles de rigor – que el eximio vate Rubén Darío, “Rey de la Literatura Hispanoamericana”, había fenecido en su Nicaragua natal.

“Escribí la presente narración en 2000 –afirma Ian Gibson- tras una relectura de las obras completas del fabuloso nicaragüense (poesía, prosas, crónicas), y ello a modo de homenaje a quien, con “Azul”…, me introdujera, a los 18 años y con solo unos rudimentos del idioma, en un insospechado universo lírico, deslumbrante de belleza nueva y de fervor.

Potro sin freno se lanzó mi instinto,

Mi juventud montó potro sin freno;

Iba embriagada y con puñal al cinto;

Si no cayó, fue porque Dios es bueno.

Poema Cantos de vida y esperanza.

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