Bajando el cerro Negro a 80 km por hora
“Me gusta la aventura, me gusta la adrenalina”, dice Leo Rainer, un austriaco mecánico de autos de carrera Fórmula-1, tras bajar unos 700 metros sobre una tabla por la arenosa falda del volcán cerro Negro, situado en el departamento de León, 52 km al noroeste de Managua.
Rainer fue entrevistado por Blanca Morel, periodista de la AFP, y señala que decidió pasar sus vacaciones en Nicaragua, atraído por las emociones intensas que ofrece este deporte extremo. “Estoy feliz”, exclama.
Morel indica que bajo un sol inclemente, los turistas escalan como hormigas por el pedregoso volcán Cerro Negro de Nicaragua, para lanzarse en tablas desde la cima a velocidades de hasta 80 km por hora.
El furor por este deporte extremo, conocido como “volcano boarding” o “sandboarding”, atrae anualmente a 50.000 osados turistas, principalmente estadounidenses, alemanes, canadienses, franceses, austriacos y británicos, según cifras del Instituto de Turismo.
El Cerro Negro, de 728 metros de altura, es el segundo volcán más joven del planeta, después del Paricutín de México, y uno de los más explosivos de Centroamérica.
En 1850 expulsó lava y cenizas sobre una planicie de la cordillera de los Maribios, en el occidente del país, y ha hecho erupción al menos diez veces desde entonces.
“Si hace erupción ahora nos vamos todos (nos morimos), aunque por el momento es seguro”, afirma el guía turístico Erick Ríos, mientras conduce a los turistas hacia la cima del cerro.
El cerro Negro colinda con el volcán El Hoyo, que el pasado 15 de septiembre fue el origen de un terremoto de 5,9 grados que sacudió al Pacífico nicaragüense.
Pero el miedo no existe para estos aventureros, que empiezan a trepar por el cerro vestidos de short, camiseta, zapatos tenis, un gorra de sol, lentes de sol y una mochila con botellas de agua y bloqueador solar.
En el sitio en que reposan unas enormes piedras negras, residuos de la última erupción, empieza el recorrido. Con sus tablas a cuestas y bajo un sol que abrasa, los turistas inician el ascenso por un estrecho camino. Todos lucen relajados y optimistas.
“Voy a disfrutar” el paseo, dice entusiasmado el británico Daniel Chad Everitt, un estudiante de contabilidad que también ha hecho “tubing” y “bungee” en Colombia.
Esto es “una experiencia única”, comenta el guía Carlos Cáceres, quien recuerda que una vez encontraron un oso hormiguero buscando insectos entre las rocas del Cerro, donde también viven iguanas, murciélagos y serpientes.
Tras una caminata de más de una hora, interrumpida por recesos en los que los turistas aprovechan para descansar y hacer “selfies”, el grupo llega a la cima desde la cual se aprecia parte de la cordillera volcánica y la colonial ciudad de León, que promueve este deporte extremo.
“Muy bonito el paisaje”, afirma el costarricense Juan Saballos, que viene junto a su novia Adriana, con quien antes escaló el Machu Picchu en Perú.
En la cima, el paisaje hace pensar en un desierto de arena negra, formado por partículas de minerales expulsadas por el volcán y que brillan a la luz del sol, mientras salen fumarolas de gases sulforosos.
En inglés, los guías explican a los turistas cómo sentarse sobre las tablas para deslizarse sobre la pendiente, que desde arriba parece un precipicio.
“Me gusta probar cosas nuevas, esto se ve pura vida”, dice la joven costarricense Mariela González, mientras se pone un overol especial para protegerse de los rasguños que podría sufrir en el descenso.
Sin hacer muchas preguntas, los deportistas se alistan, se encaminan a la pendiente y se van lanzado uno tras otro sin titubear.
“Me encanta, me gusta el peligro y probar cosas nuevas”, dice eufórico el estadounidense Marc, de 24 años, al concluir la aventura.
El “volcano boarding” se practica en el cerro Negro desde 2005 y el interés por el deporte ha ido creciendo, pese a que de vez en cuando un turista se fractura un hueso, según reconocen los guías.
Para León este deporte extremo es un buen negocio, que ha vitalizado el turismo y mejorado las finanzas de esta histórica ciudad, fundada en 1524 por los conquistadores españoles y en 1610 reubicada por la explosión del volcán Momotombo.
El costo para ingresar al volcán es cinco dólares y los empresarios relacionados con la actividad estiman que cada turista gasta unos 50 dólares diarios, precios muy accesibles para emociones tan grandes.