Un viaje de camiones Pegaso para Nicaragua
Juan Cárdenas Soriano Juan Cárdenas Soriano
Parte II
* Curioso relato de cómo una joven ministra pinolera, acompañante de Anastasio Somoza Portocarrero, alias “El Chigüín”, terminó tras escasos minutos de plática en el camarote de un oficial español, mientras el hijo del dictador la buscaba afanosamente
Antes del almuerzo fue servido un aperitivo de vino español en el puente, donde mandos y oficiales del buque tuvieron ocasión de mantener una prolongada charla con los visitantes en pequeños grupos que, más por afinidad en los temas que se trataban, que por protocolo, se fueron formando.
Yo ocupé el tiempo atendiendo al mayor Somoza, en el que pude apreciar, entre otras cosas, cierta incomodidad ante la reciente legalización del Partido Comunista en España y las “poco acertadas decisiones del presidente Suárez que en este y otros aspectos venía tomando”. Según comentaba, era su criterio que “la democracia echaría por tierra los muchos logros conseguidos por el general Franco”.
También mostró cierta inquietud por los posibles riesgos que pudiesen correr algunos intereses que la familia poseía dentro del sector hotelero en España. Estos comentarios los hacía a cierta distancia del embajador, en voz baja y mirando de vez en cuando de reojo hacia el diplomático…
El capitán, en otro grupo, conversaba con el embajador, entre otras cosas sobre la Guerra de los Seis Días, que en su momento enfrentara a egipcios e israelíes, haciendo alusión a lo poco acertada y muy arriesgada actuación que algún insensato marino mercante español, tuviese durante el transcurso de aquella guerra:
-Capitán, recuerdo que un colega suyo español, en pleno conflicto entre Israel y Egipto, no se le ocurrió otra cosa mejor que, tras ser reclutado en Marsella por el Mosad, dedicarse a hacer espionaje fotográfico al paso por el canal de Suez. Fue sorprendido y detenido por el servicio secreto egipcio con la ayuda de un práctico, permaneció encerrado en una mazmorra de un metro cúbico por espacio de dos años; nos trajo de cabeza a todo el cuerpo diplomático de la zona y no fue ejecutado gracias a su condición de español.
El capitán Bilbeny, tras escuchar atentamente el relato, hizo un gesto con la cabeza señalando hacia la derrota y apostillando con voz baja, le dijo:
– Embajador, ahí lo tiene usted.
La cara del embajador era todo un poema. Creo que en pocas ocasiones un diplomático se había visto ante una situación tan incómoda y ridícula. El segundo oficial, que había escuchado los comentarios del diplomático, agachó la cabeza y de forma discreta desapareció del puente, cojeando levemente.
Todos los que fuimos testigos del momento lo pasamos francamente mal, ya que el oficial aludido por el embajador era una persona apreciada y considerada, muy especialmente porque conocíamos el terrible calvario que había sufrido durante el tiempo que permaneció cautivo, así como las graves consecuencias físicas que el suceso le acarreó para toda la vida.
Uno de los oficiales en aquel viaje, persona dicharachera y cordial, se dedicó a atender y “pegar la hebra” con la joven política que acompañaba el cortejo. Según pude comprobar, el interés demostrado por la fémina por la navegación astronómica era muy acentuado. Fulano se esmeraba en sus explicaciones sobre el uso y utilidades del sextante, sentados en el sofá de la derrota mientras disfrutaban de unas tapas de jamón ibérico regadas sin demasiado control, con fino chiclanero a la vez que se cruzaban sospechosas miradas…
Llegado el momento nos dispusimos a bajar al comedor para degustar la sorpresa preparada por el cocinero y su ayudante, tras tomar la última copa brindando en nombre de Pegaso y por el acuerdo comercial que comenzaba en aquel viaje, con la entrega del primer lote de camiones. Por un momento observo que el mayor Somoza se encuentra un poco nervioso y pregunta por la acompañante al ver que faltaba en la mesa.
-Mayor, voy a su encuentro, creo que está con uno de los oficiales presenciando el destrincaje de los camiones en una de las bodegas.
-Muchas gracias, chief; dígale que la paella española si está fría pierde mucho…
Subí rápidamente al camarote del “profesor” y tras golpear en la puerta, se entreabre y aparece la cabeza de éste mientras que detrás la alumna se vestía precipitadamente.
-Fulano, dejad “la trinca”; estamos ya en la mesa y el mayor está preguntando de forma inquieta por la ministra; juegas en su territorio y con desventaja…
¡Enseguida bajamos…¡
Se daba la circunstancia que por aquella época, el arriesgado “profesor de astronomía” sostenía un “idilio de escala” en el puerto de Cádiz con una fémina muy relevante, aunque aquello no acabó como el interesado hubiera querido.
Así sucedió y así os lo cuento.
Foto: del libro “Hispano Suiza / Pegaso. Un siglo de camiones y autobuses”, de Manuel Lage Marco (1992)