La cafetería de sordos de Granada
* Un español en Nicaragua, Antonio Prieto, es el creador del Café de las Sonrisas, «posiblemente el único del mundo que no tiene quejas de clientes».
Marina Velasco | huffingtonpost.es
Su nombre es Antonio Prieto Buñuel, pero en Granada todo el mundo lo conoce como Tío Antonio. Y no, no es la Granada española, sino la nicaragüense, porque aunque Antonio nació en la Valencia mediterránea se enamoró de la caribeña Nicaragua —»sobre todo, de su gente»— y decidió abrir allí el Café de las Sonrisas, un restaurante llevado sólo por personas sordas.
Después de que la edición estadounidense del HuffPost se hiciera eco de su proyecto, pudimos hablar con Antonio desde España y nos contó que en el Café ha dado empleo a siete personas sordas —desde camareros hasta cocineros—, pero que su mayor éxito no es haber cambiado la vida de esta gente, sino «hacer visualizar a la sociedad un problema al que nadie parecía dispuesto a atacar».
Antonio dirige, además, el Centro Social Tío Antonio, que impulsa diversos proyectos de inserción laboral dedicados a los más desfavorecidos, en especial a personas con discapacidad.
Según datos de 2003, en Nicaragua una de cada diez personas tiene discapacidad, pero el 99% de ellas no tiene empleo. Por eso Antonio celebra el hecho de haber «creado impacto». Y anima a los empresarios a «adoptar una posición de responsabilidad social». «Por encima de que puedan tener subvenciones o no (en Nicaragua ninguna), no se van a arrepentir» —dice—, «porque estas personas toman su trabajo como mucho más que un empleo».
Antonio lo sabe por experiencia, ya que, pese a todas las dificultades —»nadie apostó un peso por nosotros»—, el Café de las Sonrisas ya lleva cinco años en activo y su creador asegura tener «el oficio más bonito del mundo: demostrar que no hay un lenguaje más universal que una sonrisa». Esta es la entrevista íntegra que concedió Antonio Prieto al HuffPost vía correo electrónico:
– ¿Cómo se te ocurrió crear esta iniciativa? ¿Cómo funciona el Café de las Sonrisas?
Café de las Sonrisas nace como una provocación. Desesperado y decepcionado por la continua negativa y desinterés en la contratación de personas con discapacidad, decido abrir un proyecto radical, un café restaurante donde todos los trabajadores sean sordos. Tal vez así, demostrando que era posible, podíamos ser un ejemplo donde los empresarios perdieran ese miedo o ignorancia.
Su funcionamiento me quitó el sueño, imaginaba que venían tres turistas, uno intolerante a lactosa, otro que no comía cerdo, etc. ¿Y cómo lo hacíamos? Al final la solución estaba en la simplicidad: un menú donde puedes señalar negativamente el ingrediente que no quieres, iconos en las mesas para pedir azúcar, sal, etcétera y pictogramas en toda la pared.
Hoy tengo el oficio más bonito del mundo: demostrar que no hay un lenguaje más universal que una sonrisa.
– ¿Qué te llevó a viajar de Valencia a Nicaragua?
Inicialmente fui a Costa Rica para ver la oportunidad de abrir un restaurante, pero en una visita a Nicaragua me enamoré del país y, sobre todo, de su gente. Conocí a un chaval con discapacidad auditiva, de ahí a una profesora y a otros chicos, y cambió mi vida.
– ¿Te planteas volver a España y hacer aquí lo mismo?
Me parece increíble que no haya proyectos así en España, y sí, no puedo negar que en mi mente está replicar este centro —que tanto ha demostrado su efectividad— en Valencia. Pero eso no quiere decir que deje Nicaragua, un país donde no me he sentido extranjero ni un segundo, donde las raíces ya son muy profundas y del que me veo incapaz de abandonar.
– ¿Ha tenido tu proyecto una buena acogida? ¿Cómo se lo toma allí la gente? ¿Se sorprenden, se muestran agradecidos, os apoyan…?
El proyecto tuvo muy buena acogida, pero seamos sinceros, nadie apostó un peso por nosotros. Decían que era una gran idea pero en sus palabras detectabas que te decían «en tres meses cierras».
Hoy sentimos un gran respeto, sobre todo por los chicos y chicas, que se han ganado el respeto de toda la gente y es un orgullo.
Pero casi todo es apoyo moral, ya que la situación económica de gran parte de los nicaragüenses es bastante limitada. De todas maneras, lo que esperamos de la población es que abra su mente, que descarte pensar que discapacidad es sinónimo de inutilidad y, de alguna forma, hemos abierto una gran carretera en ese sentido.
– ¿Es fluida la comunicación en la cafetería o a veces surgen problemas?
El Café funciona como un reloj, el personal sordo tiene su dinámica de trabajo y puedes olvidarte, que todo estará perfecto. Por otro lado, somos el Café de las Sonrisas, los clientes quedan cautivados con ellos, con la sorpresa inicial de encontrarse en un café atendido 100% por sordos; al momento ya intentan interactuar siguiendo los pictogramas. Posiblemente sea el único café del mundo donde los camareros no tienen quejas de clientes.
– ¿Hay mucha diferencia entre la sociedad española y la nicaragüense?
Vivir en Nicaragua es como vivir en España hace 40 años, para lo bueno y para lo malo. De Nicaragua me encanta la educación de la gente, que los chavales al entrar a una casa digan buenos días y te den una silla. En España, si consigues que uno levante la cabeza de la tablet para hacer un gesto parecido a hola, ya vas bien. Allí estamos perdiendo el entorno familiar. Pero, sobre todo, he sabido diferenciar entre pobreza y miseria: la primera aquí la padecemos, la segunda allí la hemos creado.
– ¿Y hay algo que eches de menos de España?
A veces sueño con olores de comida, me despierto y ¡uff!… es difícil de explicar. La tierra es la tierra y son muchos los detalles que no puedes evitar que te falten, por muy feliz que aquí vivas.