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Los árboles que perdieron sus anillos

arbolesJuan José Sánchez Oro

En 2016, un estudio rutinario detectó numerosos árboles sin apenas anillos de crecimiento al norte de Noruega. Detrás de este misterio parece estar un experimento nazi efectuado en la II Guerra Mundial.

Una de las prácticas más habituales en Ciencias Naturales consiste en determinar la edad de un árbol a partir de los círculos concéntricos que aparecen en su tronco. Lejos de ser un mero ejercicio de colegio, tal labor constituye una disciplina científica denominada dendrocronología, que analiza los patrones de crecimiento de las plantas y arbustos leñosos. Los cambios de la intemperie y atmósfera afectan a la corteza de dicha vegetación, modificando su grosor y características.

Por esta vía, los anillos se convierten en un archivo de información climática y biológica a la espera de que unos ojos expertos sean capaces de leer en ellos. Y es que esas líneas circulares permiten detectar las modificaciones de la temperatura en el entorno, la intensidad y regímenes de lluvias, el impacto de ciertas plagas, la contaminación… Pues bien, en Noruega, recientemente tropezaron con un caso intrigante.

La investigadora de la Universidad Johannes Gutenberg en Mainz (Alemania), Claudia Hartl, paseaba el verano de 2016 con sus alumnos por los bosques costeros de Kafjord, al norte del país, efectuando un análisis de los menciona dos anillos. Una vez en el laboratorio, el estudio perfiló la secuencia temporal de los troncos sin detectar sobresaltos llamativos salvo para una fecha: el año 1945.

Entonces, los anillos de crecimiento se desvanecían. Eran tan finos que apenas podían identificarse. ¿Qué había sucedido?

Parecía claro que la masa forestal sufrió en aquella fecha el impacto de brusco cambio sobre su entorno más inmediato. Un suceso que dejó su huella, casi invisible, en la corteza. El primer agente sospechoso de la anomalía fue una plaga de insectos.

Especies como el escarabajo del pino son conocidas entre los investigadores por actuar agresivamente sobre bosques boreales en altura. Sin embargo, no estaba documentado ningún daño ambiental de tales proporciones en Noruega en el siglo XX. Resultaba especialmente raro el año 1945 porque Europa estaba sumida en la II Guerra Mundial. La profesora Hartl repasó los incidentes militares acaecidos en la zona durante la contienda y fue así como dio con el Tirpitz, la joya de la armada nazi, el buque más grande de Alemania y pesadilla de la flota británica.

Winston Churchil incluso llegó a apodarle “la bestia” y estaba decidido a acabar con él a toda costa. Los aliados trataron de hacerlo naufragar bombardeándolo. El barco buscó refugio en el litoral de los fiordos noruegos, pero los aviones enemigos marcharon en su persecución para aplicarle un bombardeo definitivo. Sin embargo, los alemanes activaron un ingenioso plan.

Generaron una niebla artificial alrededor del buque hasta cubrirlo por completo, de tal manera que fuera imposible localizarlo desde el aire. Evidentemente, la nube no permaneció quieta todo el tiempo, sino que terminó desplazada por los vientos hasta alcanzar los pinos y abedules costeros. Ahora, gracias a los estudios dendrocronológicos ha podido determinarse la penetración geográfica del humo.

En concreto, un área de 10 kilómetros en las proximidades donde estuvo atracado el Tirpitz. Se estima que el 60 por ciento de los árboles en esa zona no presentaron crecimiento en 1945. La niebla química hizo que su desarrollo sólo recuperase la normalidad al cabo de tres décadas.

Otros árboles debieron de morir, puesto que en los años 50 se detecta la exclusiva presencia de árboles jóvenes formando islotes dentro de la foresta. Se sospecha que la nube fue fabricada con ácido clorosulfúrico, un líquido tóxico que al mezclarse con agua genera vapor blanco de gran espesor.

El árbol Matusalén

A 3.000 metros de altitud en las White Mountains de California crecen los árboles más viejos del mundo identificados hasta la fecha. La dendrocronología ha establecido la antigüedad de alguno de los ejemplares en unos 4.600 años y, al menos, una docena sobrepasaría los cuatro milenios. Fue necesario usar un microscopio para contar los miles de anillos de sus troncos.

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