«Hubo momentos en los que dudé volver a ver a mi hija”
* Cuatro españoles relatan cómo han vivido su contagio del coronavirus y ensalzan la labor del personal sanitario.
El coronavirus no da tregua. Los españoles reciben cada día las cifras actualizadas de fallecidos y contagiados. Y de los que han ganado la batalla al COVID-19: 30.513 pacientes. Muchos son dados de alta entre aplausos después de días de aislamiento. Encarna, Adriana, Olga o Paco son pacientes que han superado el virus. Cada una de sus historias es diferente, pero destacan un mismo punto: la entrega del personal sanitario, el gran protagonista de estas semanas. Durante estos días de angustia, ellos están al lado de los pacientes. Con un sistema sanitario colapsado, todavía en algunos centros encuentran tiempo para acercar a los enfermos un teléfono, leerles una carta, ponerles una canción o informarles de las altas, mientras, exhaustos, muchos se van contagiando.
Encarna Vega, 81 años. Andalucía.
Encarna llevaba tres semanas con un resfriado cuando el 13 de marzo fue ingresada con una neumonía bilateral en el Hospital Universitario Virgen de la Victoria en Málaga, un centro público. Cuando le hicieron la prueba por coronavirus, dio negativo. Cinco días después, no mejoraba y volvieron a realizarle el test. Esta vez fue positivo. A sus hijas, que la habían cuidado en el hospital, las mandaron a casa sin hacerles la prueba porque no tenían síntomas.
Más de 20 días después de su ingreso, Encarna se encuentra aislada en un piso, y sus hijas se turnan para ayudarla durante el día. Dice encontrarse «psicológicamente hecha polvo», por estar separada de su familia, pero esta mujer de 81 años solo desprende optimismo al hablar.
«Supe que iba a salir por la dedicación que estaba recibiendo y la manera en la que me cuidaron todos. Fue increíble (…) Yo no quería que se entretuviesen conmigo, porque sabía que el virus avanzaba y había mucha demanda. Me decía a mí misma: ‘Dios mío, yo me tengo que ir cuanto antes para que venga otra persona'», relata.
Encarna se fijaba solamente en el número de curados y pensaba: «Tengo que aumentar ese número. Me tengo que ir». Ahora anima a todos a cumplir a rajatabla las medidas, pero «con alegría». «La alegría facilita un montón que tu organismo funcione perfectamente», comenta.
Y manda un mensaje: Es fundamental reconocer la valía de las personas que están dando su vida por los enfermos. «¿Hay algo más hermoso que eso? ¿Una sociedad que se despierta de la manera que se está despertando en general?», pregunta.
Esta malagueña no niega que ha podido haber fallos pero, en su opinión, ya habrá tiempo de hablar de ello cuando todo pase. «Puede haber un garbanzo negro en un puchero, pero uno de muchos. La voluntad es hacerlo bien y es el momento de arrimar el hombro», concluye.
Adriana, 47 años. Cataluña
Adriana (nombre ficticio) tiene 47 años y es médica internista en un hospital en Cataluña. El sábado día 7 tuvo una guardia de 24 horas con el primer sospechoso de coronavirus y se adoptaron toda una serie de medidas, pero dos días después ya había un brote muy fuerte. Adriana comenzó a sentir dolor de garganta y molestias musculares, pero la primera prueba le dio negativo. Diez días más tarde, le hicieron otro test y salió positivo. Se aisló en una habitación en su casa, donde vive con su marido y sus dos hijos.
En su hospital ha habido muchísimos contagios. «No puedo ni contarlos. En el servicio de medicina interna hemos estado todos de baja, de enfermería también muchísimos … Ha habido un brote intrahospitalario», explica.
Los primeros días –sobre el 10 y el 19 de marzo–– los describe como caóticos. «Íbamos cayendo todos. La realidad era muy dura. Los que organizaban todo iban cayendo enfermos y había que suplirles. No había médicos para trabajar y en muchos casos vigilabas y cuidabas a tus propios compañeros», subraya.
La gran dificultad para esta doctora ha sido la falta de rapidez para hacer las pruebas y reorganizar así el hospital. Además, las normativas cambian. Si antes del virus no se informaba a los familiares por teléfono, ahora solo se puede hacer a través del celular.
«Hablabas con el familiar y te decía: ‘Despídete. Dile que le queremos mucho, dile que este nieto ….'», recuerda sin poder evitar emocionarse. «Era lo más duro de todo. Poco a poco nos hemos ido organizando y encontrando la parte más humana de todos los trabajadores», asegura.
Adriana dice «ser muy fan» de la sanidad pública. «Espero que podamos sacar cosas buenas de esto. Ahora todos los trabajadores estamos a por todas y todos juntos para solucionar la situación, pero más adelante se tendrán que analizar muchos puntos», asevera.
Esta doctora deja claro que los médicos y enfermeras no son héroes. «Se nos tiene que tratar como personas humanas que somos. Nos tienen que cuidar como siempre hemos dicho y ahora más que nunca», subraya.
Tiene esperanza de que esta situación cambie los valores. «A mí me ha cambiado mucho. Yo seguro que no volveré a ser la misma. Cambiarán actitudes de aquí en adelante y maneras de hacer», opina. El jueves le dieron los resultados de la última prueba. Salió negativo. Tiene muchas ganas de volver al trabajo. «Hay que remar», enfatiza.
Olga, 40 años. Madrid.
«Me llamó mucho la atención la amabilidad de todo el personal. Era increíble. Las palabras de aliento que te daban a pesar de que se veía lo cansados que estaban». Olga, profesora de inglés en la universidad y en el instituto, recuerda así su paso por el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz.
Con 39 de fiebre y una tos muy fuerte también le salió el primer test negativo. Días después la ingresaron de manera urgente. «Estaba muy mal. Me faltaba oxígeno y no podía ni andar. Creo que la carga viral que recibí al estar con muchos alumnos fue fuerte», rememora. En el hospital le volvieron hacer la prueba y salió negativo otra vez, a pesar de que los médicos estaban seguros de que tenía coronavirus.
Estuvo ingresada una semana, y antes de trasladarla a un hotel medicalizado le hicieron un último test, pero nunca recibió los resultados. Ahora está en casa con su marido –que fue a urgencias dos veces, pero no le llegaron a ingresar– y su hija de cinco años. Se encuentra en una habitación aislada y su estado es ya estable.
«Vuelves a casa con el miedo a contagiar. La niña ha madurado dos años en pocas semanas. Se ducha sola, se prepara sus desayunos, se duerme sola. Me dice: ‘No te preocupes mama que yo lo entiendo'», relata.
De sus días en el hospital se lleva momentos entrañables. Como cuando las enfermeras encendían todos los intercomunicadores y les leían las cartas que mandaban los ciudadanos para animarles. «Era muy bonito. Leían cosas como ‘hoy ha sido el cumpleaños de mi niño y estamos pensando en vosotros …’ Y aunque parece una tontería, llorábamos de emoción», cuenta.
Las enfermeras también les ponían la canción de Resistiré del Dúo Dinámico, convertida en un himno en la lucha contra el coronavirus, y les anunciaban cada alta. «¡La 360 se va a casa ¡un abrazo! Y todos aplaudíamos. La calidad humana era insuperable», asegura.
«Me quedo con la atención con los médicos y con la eficacia del sistema sanitario español ante una crisis de tal magnitud porque a pesar que faltaba cosas nunca sentí que me desatendían (…) y también me quedo con haber podido volver a casa y ver a mi niña. Hubo momentos en los que dudé de que pudiese volver a hacerlo».
Francisco Barreiro, 77 años, Galicia
Francisco, Paco, cumplió 77 años el 25 de marzo en el Hospital Clínico de Santiago, donde ingresó después de que se le diagnosticase coronavirus. Como en la mayoría de los casos, Paco no sabe cómo se infectó. «Quizá por una de mis hijas que vino a visitarme de Madrid y se encontraba mal», comenta.
El caso de Paco es excepcional por su historial médico. En los últimos años ha tenido tres infartos, ha sido ingresado por septicemia y neumonía y, además, es insulinodependiente, hipertenso y sufre de la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (Epoc).
Con estos antecedentes, este ingeniero técnico-agrícola es considerado una persona de alto riesgo. Sintió cansancio, sensación de ahogo y dolor de espalda. «Lo he pasado mal, pero no he sido de los más afectados», asegura. Paco estuvo aislado, pero no ingresó en la unidad de cuidados intensivos (UCI).
Durante la conversación, alaba varias veces a los médicos y al Hospital Clínico de Santiago, que dice que es «una joya». «Me han sacado adelante de enfermedades muy serias y el personal es exquisito. Es como para volver», bromea.
«Nunca me han gustado los gatos. Pero sí hay la leyenda esa de que se tiene más vida de un gato, que son siete. Creo que es un error. Los gatos deben de tener 10 o 12, porque yo ya llevo consumidas las siete de un gato y sigo aquí. Todo contento y feliz de estar en casa de nuevo», asiente.
Tiene cuatro hijos y su mujer se encuentra en una residencia porque tiene Alzheimer. Paco considera que tienen una relación excepcional con su familia. Siempre han estado muy unidos y así ha sido durante este episodio que les ha tocado vivir. Aislados, pero juntos. «No hubo nada exagerado, lo llevamos con tranquilidad», comenta desde su vivienda que estos días comparte con su hija Curru.