Argumento de autoridad, el recurso de quienes no tienen argumentos
Todos, en algún momento, hemos sucumbido ante el argumentum ad verecundiam o argumento de autoridad. No es difícil, puesto que en nuestra sociedad a menudo se presta más atención a la fuente del discurso que a su veracidad. Pensamos que si lo ha dicho alguien “importante”, será verdad. Por desgracia, se trata de una trampa relativamente común en la que caemos sin darnos cuenta. Así terminamos aceptando ideas falsas o incorrectas sin cuestionarlas.
¿Qué es el argumento de autoridad?
El argumento ad verecundiam, también conocido argumentum ad auctoritatem, consiste en defender que una idea es verdadera solo porque quien la cita es una persona de autoridad en la materia que nos infunde respeto. De hecho, más que un argumento es una falacia. Las falacias son razones aparentemente válidas para demostrar o refutar una idea, aunque en realidad esas razones carecen de fundamento lógico.
Muchas personas recurren a las falacias de manera intencional para intentar persuadir o manipular a los demás, a pesar de que son plenamente conscientes de que sus argumentos carecen de rigor y veracidad. El problema es que algunas de esas falacias pueden llegar a ser muy persuasivas, por lo que no siempre es fácil detectarlas. Tal es el caso del argumento de autoridad.
Las dos trampas que encierra el argumento ad verecundiam
El argumento ad verecundiam es un recurso que se sustenta en el testimonio o citas de personas, generalmente famosas o de reconocido prestigio o autoridad o incluso especialistas en el tema. Básicamente, su lógica es la siguiente:
• Todo lo que X dice es cierto,
• Si X dice «esto»,
• Entonces «esto» es cierto.
Sin embargo, este argumento aparentemente lógico parte de un error ya que “todo lo que dice X” no tiene necesariamente que ser cierto. No solo porque X puede mentir, sino también porque puede equivocarse o tener una visión sesgada.
A pesar de ello, el argumento de autoridad se suele utilizar con dos objetivos:
Adelantarse a posibles opiniones contrarias, desmontándolas de antemano simplemente porque no provienen de una fuente de autoridad, de manera que se cierra cualquier posibilidad de diálogo.
Reforzar la idea o tesis que se quiere defender, apoyándose no en argumentos, razones y explicaciones sino en una persona que goza de cierto respeto o prestigio dentro de la sociedad.
Poder del referente, el fenómeno psicológico que sustenta esta falacia
La falacia ad verecundiam no es un fenómeno nuevo. Cuentan que los pitagóricos recurrían a menudo a ella para respaldar sus conocimientos. Cuando alguien les pedía que se explicaran, simplemente respondían que “el maestro lo ha dicho”. Por eso esta falacia también se conoce con la frase latina “magister dixit”.
En la época medieval, la expresión “Roma locuta, causa finita”, que significaba “Roma ha hablado, la cuestión está zanjada” también se basaba en esta falacia. Se refería a que, una vez que la Iglesia católica había definido una verdad, esta se convertía automáticamente en un dogma que no aceptaba cuestionamientos. Por tanto, no era necesario explicar dicha «verdad» o buscar sus causas, bastaba hacer referencia a la Iglesia para acallar cualquier intento de discusión o crítica constructiva.
Por desgracia, en las Ciencias tampoco faltan los ejemplos de argumento de autoridad. En la enseñanza que se impartía en las universidades medievales, las ideas que estaban recogidas en los manuales de los escritores antiguos no se podían cuestionar, como el caso de los conocimientos de Galeno en Medicina o de Ptolomeo en Astronomía.
Obviamente, recurrir al argumento de autoridad impide la discusión constructiva que conduce al cambio o a la mejoría de la idea original. Aunque hayamos dejado atrás el Medioevo, esta falacia nos sigue acompañando. Y caemos en ella cada vez que pensamos que algo es cierto solo porque lo ha dicho una figura de autoridad del gobierno, un experto o incluso una figura famosa.
De hecho, es la estrategia a la que recurren muchas campañas de marketing cuando usan en sus anuncios a personas importantes que son un referente para determinados grupos de compradores. Se asume implícitamente que, si esa persona afirma que ese producto o servicio es bueno, será cierto.
En realidad, este fenómeno se basa en una tendencia humana muy arraigada que consiste en buscar puntos de referencia externos para guiar nuestros comportamientos o decisiones. Cuando somos pequeños, por ejemplo, y no sabemos cómo reaccionar ante una situación nueva, miramos a nuestros padres en busca de las señales que nos indiquen qué debemos hacer.
De adultos, aunque hayamos adquirido más experiencia de vida, seguimos buscando esos puntos de referencia, sobre todo cuando atravesamos épocas de gran incertidumbre o nos encontramos ante situaciones inéditas. Sin embargo, es precisamente en esos momentos en los que debemos estar más atentos que nunca porque cualquier persona puede erigirse como un «referente» sin ser un punto de referencia fiable.
De hecho, en ciertos sistemas de organización social, como en las dictaduras, el argumento de autoridad puede llegar a convertirse en el único argumento existente, de manera que se impone una visión única de cómo deben ser las cosas. Ese mismo fenómeno se replica en el seno de las familias autoritarias. En esos casos, los niños no reciben una explicación lógica a las normas y reglas que se imponen en el hogar, sino que escucha: “¡Porque lo digo yo y punto!”.
¿El argumento ad verecundiam es siempre falso?
Existen diferentes tipos de argumentos de autoridad y no todos son falsos. Es importante aprender a distinguir las afirmaciones ciertas de aquellas que no lo son, aunque estén sustentadas en el poder del referente.
Podemos decir, por ejemplo, que pi (π) es 3,14 porque lo dijo Arquímedes recurriendo al típico “magister dixit”. La afirmación de que pi equivale a 3,14 es cierta, pero el argumento que utilizamos para respaldarlo no es válido. En realidad, tendríamos que explicar el método que se utiliza para calcular pi.
Por supuesto, vale aclarar que no se trata de desacreditar a los especialistas de los diversos ámbitos de acción, pues en muchos casos pueden tener un conocimiento más vasto y sólido que el nuestro. Sin embargo, aceptar determinadas ideas solo porque las ha dicho alguien importante, sin intentar entenderlas, no es dialéctico ni inteligente.
Einstein dijo que «si no lo puedes explicar con simplicidad, es que no lo entiendes bien«. Todas las ideas, incluso las más complejas de Física Cuántica o de Ingeniería Social, se pueden explicar de manera sencilla para que todos puedan entenderlas. Usar el argumento de autoridad para evadir esas explicaciones implica mantenernos en las sombras de la ignorancia.
Las seis preguntas críticas de Walton para desenmascarar el argumento de autoridad
El filósofo Douglas Walton explicó que el argumento de autoridad implica usar el “poder” como arma, en vez de recurrir a la razón y la cognición. Afirmó que se trata de “mal uso de la apelación a una autoridad como fuente para intentar prevalecer injustamente o ‘silenciar a la oposición’ en una discusión”.
Para no caer en esta falacia, Walton ofreció una lista de seis preguntas críticas para evaluar el argumento de autoridad que nos presenta la persona «A» recurriendo al poder del referente de «X»:
1. Experiencia – ¿Qué credibilidad tiene X como fuente experta?
2. Campo – ¿Es X un experto en el campo sobre el que está hablando A?
3. Opinión – ¿Qué está dando a entender A sobre lo que dijo X?
4. Confiabilidad – ¿Es X una persona confiable y honesta como fuente o puede estar sesgada?
5. Coherencia – ¿A es coherente con lo que afirman otros expertos?
6. Evidencias – ¿La afirmación de X está basada en evidencias?
Con estas preguntas en mente, podríamos analizar si una idea es válida o, al contrario, es solo una falacia basada en el poder del referente o incluso si quien nos está trasmitiendo esa idea la está deformando a su conveniencia. Sin duda, en los tiempos que corren, son seis preguntas que deberíamos plantearnos a menudo.
Fuentes:
Peyton, T. et. Al. (2018) Examining the Relationship Between Leaders’ Power Use, Followers’ Motivational Outlooks, and Followers’ Work Intentions. Front Psychol; 9: 2620.
Ciurria, M. & Altamimi, K. (2014) Argumentum ad Verecundiam: New Gender-based Criteria for Appeals to Authority. Argumentation; 28(4): 437–452.
Woods, J. & Walton, D. (1974) Argumentum ad verecundiam. Philosophy and Rhetoric; 7(3): 135- 153.
Walton, D. (1997) Appeal to expert opinion: Arguments from authority. University Park: Pennsylvania State University Press.
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