La diferencia entre lástima y compasión que debemos entender
Muchas personas piensan que compasión y lástima es lo mismo. No es así. Las separa un mundo. Además, sus efectos sobre las personas que las experimentan o que son objeto de esa lástima o compasión son totalmente diferentes.
Podemos sentir lástima por quien está peor que nosotros, por esa persona que no ha tenido tanta suerte, por quien no ha logrado cumplir sus sueños y ha sido apaleado sin contemplaciones por la vida. Y si nos identificamos con ese cuadro, incluso podemos llegar a sentir lástima por nosotros mismos. Sin embargo, la lástima es un callejón sin salida mientras que la compasión es una ventana abierta a la esperanza.
Las raíces de la lástima
Aristóteles creía que la lástima era una emoción. De hecho, nos duele ver que otra persona lo pasa mal. De cierta forma, empatizamos con su dolor. Sentimos pena y tristeza. A veces también rabia. Sin embargo, pocas veces hacemos algo.
Y es que la lástima también está vinculada a la inactividad. Nos lleva a ver ese dolor ajeno desde una distancia psicológica que muchas veces nos hace sentir en un escalón superior, como si de cierta forma estuviéramos a salvo de la desgracia ajena.
Cuando sentimos lástima, nos ubicamos por encima de esa persona, ya sea infantilizándola o convirtiéndola en una pobre víctima. Creemos que no puede hacer nada por sí sola para salir de ese estado lamentable y que necesita de un “salvador”.
De hecho, la lástima puede llevarnos a perpetuar el sufrimiento ajeno y el propio. Si sentimos pena por una persona, es posible que no seamos completamente honestos con ella y, aunque nos demos cuenta de su problema, no lo saquemos a colación porque pensamos que no podrá soportarlo.
Por lástima, muchas personas también mantienen relaciones que han dejado de ser satisfactorias y desarrolladoras, sin darse cuenta de que la compañía por pena no mitiga la soledad, sino que acrecienta el vacío interior. Por lástima, no señalamos los errores a los demás y cerramos los ojos ante sus desaciertos, lastrando así sus posibilidades de crecimiento.
Por tanto, la lástima también termina siendo agotadora para quien la experimenta. Drena su energía mientras le ata de pies y manos para impedirle ayudar a la otra persona a solucionar el problema. Así la lástima suele terminar generando una víctima cada vez más impotente y un salvador sufriente.
La vía de la compasión
“La lástima tiene sus raíces en el miedo y en una sensación de arrogancia y condescendencia, a veces incluso en una complacida sensación de ‘me alegro de no ser yo’”, como explicó Sogyal Rimpoché. En cambio, “desarrollar la compasión implica reconocer que todos somos iguales y que sufrimos de manera semejante, es respetar a los que sufren y saber que uno no es distinto de nadie ni superior. Cuando logramos desarrollar esa actitud, nuestra primera reacción ante la persona que sufre no es de simple lástima, sino de una profunda compasión”.
Mientras que la lástima nos mantiene alejados de la persona que sufre, la compasión nos acerca. No es casual que en la iconografía tibetana Avalokiteshvara, el buda de la compasión se suela representar con un millar de ojos que ven el dolor en todos los rincones del universo, pero también con un millar de brazos para ayudar a todos los que lo necesiten.
La compasión hace más humano a quien la ofrece y a quien la recibe. Nos hace sentir cerca de esa persona porque nos reconocemos en ella, nos damos cuenta de que podríamos estar perfectamente en su lugar. Y nos motiva a actuar para, en la medida de lo posible, aliviar su sufrimiento. La compasión es más noble, grandiosa y proactiva que la lástima. De hecho, “la compasión no es auténtica si no es activa”, como apuntara Sogyal Rimpoché.
Cuando sentimos compasión, no juzgamos. No nos colocamos en un escalón superior ni pretendemos decidir qué está bien o mal. Simplemente nos ponemos en el lugar de la otra persona y le brindamos nuestro apoyo. La compasión no implica ver a los demás como víctimas sino como entes activos de su destino. No necesitamos convertirnos en sus salvadores sino tan solo ayudarles a salir de esa situación.
Curiosamente, la compasión es una vía de doble sentido porque mientras ayudamos al otro, nos ayudamos a nosotros mismos. Ese acercamiento genuino de las almas genera un estado de bienestar, agradecimiento y felicidad. Como escribiera el poeta estadounidense Stephen Levine: “cuando tu miedo toca el dolor del otro, se convierte en lástima. Cuando tu amor toca el dolor del otro se convierte en compasión”. Esa es realmente la gran diferencia entre lástima y compasión.
Fuente: Rincón de la Psicología.