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México y el Vaticano

Rubén Aguilar Valenzuela

El Papa, no sólo en México, sino en los países de mayoría católica, siempre llama a las multitudes y a la cobertura de la prensa internacional. Esta vez no fue la excepción. La visita resultó un éxito y ganaron la Iglesia, el gobierno y también el país. La imagen de México en el mundo, por fin, después de cinco años, no fue la violencia.

La visita de Benedicto XVI se ha dado en el marco institucional que surge el 21 de septiembre de 1992, cuando se establecieron las relaciones diplomáticas entre el Estado Vaticano y México. Antes hubo que modificar el Artículo 130 de la Constitución, para reconocer la personalidad jurídica de las iglesias y aprobar la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público.

Este año se cumplen 20 años del establecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos estados, que fue logro del Presidente Carlos Salinas de Gortari.

El Vaticano, a través de su portavoz, el jesuita Federico Lombardi, valora la relación de estos años “como excelentes, muy cordiales y algo muy bello”.

Añade que antes se vivía “una situación extraña, anómala, porque México tiene una gran tradición católica (…) Ahora vivimos una situación normal, natural, que corresponde a la fe religiosa de su pueblo y a la amplia presencia de la Iglesia Católica en el país”. La reforma constitucional y la ley reglamentaria de 1992 establecieron el marco necesario, resultaba absurdo que no existiera, para reconocer a las iglesias y normar la relación con ellas.

La presencia en México del Papa y su actitud dejan en claro que la Iglesia, como todavía piensan algunos, no se opone al Estado laico, que es una característica fundamental del Estado democrático, plural e incluyente. En el país todavía algunos, cada vez son menos, confunden la laicidad con el jacobinismo o el anticlericalismo, que son posiciones militantes que niegan la laicidad del Estado.

El Estado laico garantiza, no sólo permite, la expresión de todas las creencias religiosas y también de quienes no profesan religión alguna. Lo único que exige es que se den en el marco de la ley. La posición de ignorar la personalidad jurídica de las iglesias, que se mantuvo por muchos años, era una clara violación a la condición laica del Estado, que se negaba a aceptar la existencia de las mismas.

La visita del Papa y de cualquier líder religioso debe asumirse como algo normal y el gobierno siempre está obligado a garantizar que estos encuentros tengan todas las facilidades. El Estado laico no tiene religión para decidir en independencia de la misma y también para garantizar la expresión de todas las ideas religiosas en condición de igualdad.

El hecho de que la Iglesia Católica en México sea la mayoritaria no implica que deba tener privilegios sobre las otras iglesias, pero tampoco que se ignore, sería absurdo, pues al ser la más numerosa requiere de mayor atención de parte de las autoridades en los distintos órdenes de gobierno.

 

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