Tejiendo sonrisas de Valencia a Nicaragua
* Más de 40 chavalos sordomudos apadrinados por el Tío Antonio, requieren de 5 mil euros para seguir echando sus sueños por delante
ELENA CÍVICO
Probablemente en Valencia ni se hubieran conocido. Pero ellos viven en Nicaragua. Allí solo han bastado unos meses para que los caminos de Antonio, Esther y Jorge se cruzaran y emprendieran juntos la cruzada de recaudar 5.000 euros para comprar algodón. Material indispensable para que las 48 personas que trabajan en el Centro Social Tío Antonio, puedan continuar tejiendo sonrisas.
Antonio Prieto cayó en Granada por casualidad. Este vecino del barrio del Cabañal, cocinero de profesión, dejó Valencia hace siete años dispuesto a abrir un restaurante en Costa Rica. Pero la cosa no fue bien, y de ahí saltó a Nicaragua. Allí conoció a Óscar, al que todos llamaban Cano o ‘La Loca’. El chaval no soltaba prenda, solo observaba y se reía. Antonio pidió permiso a sus padres y le llevó a un hospital. Las pruebas fueron determinantes: “nada de retraso ni locura”, el 85% de pérdida auditiva que padecía le había impedido aprender a hablar correctamente.
Los audífonos y las clases impartidas por una profesora especializada obraron milagros y la capacidad de habla de Cano (Óscar) empezó a mejorar, consiguiendo siete años después alcanzar el 80%.
Sin vuelta atrás
Tras este muchacho de 14 años llegaron otros y cuando se dio cuenta, recapitula, “no había vuelta atrás”. Creó el Centro Social Tío Antonio, nombre por el cual allá todos le conocen. Actualmente hay 42 personas trabajando en el centro. Argumenta que “una de las mejores maneras de favorecer su integración es crear nuevos puestos de trabajo”. De este modo solventan la problemática económica de muchas familias y enseñan a estas personas a enfrentarse al mundo laboral.
En la actualidad el centro se financia de dos formas. Por una parte, gracias a los ingresos obtenidos en el taller de hamacas y el Café de las Sonrisas y, por otra, muy importante, por el dinero que reciben mensualmente de sus 100 socios.
En el taller trabajan 27 personas. Sus jornadas laborales constan de ocho horas, destinando cinco y media a trabajar, media hora de almuerzo y dos y media a formación. Condición indispensable para permanecer en el centro.
Cuarta de su tipo en el mundo
El Café de las Sonrisas es la primera cafetería en América y la cuarta en el mundo dirigida íntegramente por personas sordomudas. Tiene una capacidad para 40 personas distribuidas en 10 mesas, un amplio menú de desayunos y un equipo de trabajo formado por siete chavales. Al igual que en el taller de hamacas su jornada es de 8 horas, con media hora para comer y dos y media para dedicarlas a su formación académica. Todos los trabajadores y trabajadoras cobran un sueldo. De este modo “pasan de pedir a poder comprar. Es un lenguaje distinto de tú a tú”.
¿Para qué necesitan 5.000 euros?
El sistema comercial de Nicaragua tiene enormes deficiencias y el algodón no se comercializa como debería ser. Este país no es productor, así que se ven obligados a importar el material de El Salvador. Ahora mismo no disponen ni de stock, ni del dinero necesario para realizar un pedido, ni de la posibilidad de acudir a un banco debido al abuso de sus intereses (20%).
Así que decidieron poner en marcha un proyecto de micromecenazgo, ‘Tejiendo sonrisas’, con la intención de recaudar los 5.000 euros que necesitan para poder subsistir durante todo el año, producir en temporada baja y vender el producto en temporada alta. A fecha de hoy llevan casi 1.300 euros, y les quedan 23 días para cumplir el objetivo que se han marcado.
El cielo los junta…
La idea fue de Esther Fuentes y Jorge Borja. Ambos llegaron a Managua hace unos meses dispuestos a meterse en un proyecto social, pero la suerte quiso que desde la ONG pospusieran la entrevista. Estos dos valencianos de culo inquieto decidieron visitar Granada yendo a parar, también por casualidad, a las puertas del centro Social Tío Antonio.
“Cuando entré por primera vez en el centro una magia especial hizo que mi cuerpo se estremeciera”, rememora Esther. Le deslumbraron “los colores, las risas y ver a 40 chavales tejiendo con sus manos un proyecto increíble”.
Preguntaron por Antonio y se presentaron como “unos valencianos indignados que pensaban que otro mundo era posible”. Él sin conocerles de nada, prosigue, les invitó a pasar. Y después, a cenar hasta que al día siguiente les propuso que se quedaran a trabajar con ellos.
Como mandados a hacer
Cuando aterrizaron en Granada faltaba una semana escasa para inaugurar el Café de las Sonrisas. La apertura estaba más o menos lista pero todavía no tenían las cartas, la imagen… Jorge es fotógrafo y diseñador, y Esther consultora turística así que todo apuntaba a que estaban en el sitio adecuado en el momento oportuno.
A ambos les ha cambiado la vida trabajar en el centro, “ha sido un contacto directo con la realidad, un jarro de agua fría que nos ha hecho replantearnos nuestros valores y nuestras prioridades”. Para los muchachos, matiza, es otro tema. Este centro es su oportunidad. Un lugar donde se les tiende la mano, y se les forma para que se valgan por ellos mismos.
Durante estos meses Esther y Jorge han aprendido que otro mundo es posible y que, parafraseando a Eduardo Galeano, “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.