Rss Feed Tweeter button Facebook button Youtube button
|

Síndrome de Hybris, cuando el poder trastorna

José Stalin, el temido dirigente bolchevique.

Es fácil aplicarle el término a varios nicaragüenses que llegaron al poder y después creen que nacieron para mandar porque nadie más sirve para eso.

Se asegura que fueron los griegos los primeros que utilizaron la palabra «hybris» para definir al héroe que conquista la gloria y que, ebrio de poder y de éxito, comienza a comportarse como un dios, capaz de cualquier cosa y por lo tanto, incapaz de aceptar que nadie lo corrija.

Alguien escribió hace algún tiempo en el diario eldia.es, que el síndrome de Hybris fue descrito en el libro «En la enfermedad y en el poder», años atrás por David Owen, ex ministro de Asuntos Exteriores británico y neurólogo, como una patología que afecta a determinados políticos con alta responsabilidad de gobierno, que se inicia desde una megalomanía instaurada y termina en una paranoia acentuada.

Todo irá bien para el personaje mientras disfrute de las exquisiteces del mando y ordeno, pero que tras la pérdida del poder empezarán sus citas con el psiquiatra para tratar su depresión al verse ya no como un personaje de «Las mil y una noches», como un iluminado, sino como uno más, como cualquiera que pasa por la acera con la cartilla del paro en el bolsillo.

Llega un momento en que quienes gobiernan dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar porque piensan que sus ideas son las correctas. Y aunque finalmente se demuestren erróneas, que no han servido para nada, nunca reconocerán la equivocación y seguirán pensando que están en la senda de la verdad.

Una persona más o menos normal de repente alcanza el poder y al principio le asalta la duda de si será capaz de desarrollar esa actividad engrandecida de la política. Pero pronto sale de la duda porque empiezan a merodearle una legión de incondicionales que no cesan de felicitarle, darle palmaditas en la espalda y halagos, reconociéndole su valía.

Y si al principio dudaba de su capacidad, se transforma y comienza a pensar que está ahí por méritos propios. Y como no cesan los piropos y las palabras huecas, ya se cree el rey del mambo y de él arriba, ninguno.

Es esta una primera fase pero pasa a la siguiente en que cree totalmente en todo lo que hace y dice, y piensa, en su narcisismo calenturiento, que menos mal que estaba ahí para solucionarlo. Si no es por él, todo se iría al garete. El iluminismo se apodera de él y su mundo se hace amplio y el de los demás estrecho; el suyo ilimitado y el de los demás, casi inexistente. Se convierte en infalible y se cree insustituible.

Y todo aquel que no asume sus ideas o las rebate ya es enemigo hasta personal y le indica el camino hacia el ostracismo.

Este trastorno psico-patológico se ha dado en muchos líderes mundiales; ahí están los casos de Hitler, Stalin, Franco, Churchill, Kennedy, Bush, entre otros, aunque es también común en naciones pequeñas como Nicaragua, donde habría que añadirle como agravante la megalomanía.

“Son líderes que no escuchan, que no aceptan decisiones que no sean las suyas, que creen están en posesión de la verdad, que no dan su brazo a torcer, que están ciegos ante las evidencias, que confunden la realidad con la fantasía.

“En fin, que viven en su mundo, se enroscan dentro de sí, no quieren saber nada de los demás y se sienten capaces desde su alta tribuna de enderezar entuertos, aunque estos se fortalezcan, se endurezcan y sus capacidades queden a ras del suelo.

“Nunca entenderán por qué actúan así; dentro de su iluminismo caminan a ciegas y aunque terminen en la más absoluta soledad, antes de llegar dejarán muchos cadáveres en el camino”, indica la publicación.

Archives

Recently Commented