¿Prostitutas?, no, “empleadas por cuenta propia”
Mayo es un mes de muchas celebraciones, que se inicia con el Día internacional de los trabajadores, ocasión en la que un grupo de mujeres dedicadas al trabajo sexual en 14 países, incluyendo todos los centroamericanos, reclamaron el reconocimiento de su actividad como trabajo.
Con ello, persiguen tener mayor seguridad, así como los beneficios que disfrutan quienes ejercen otras profesiones, como el goce de sus derechos humanos, acceso a salud, educación, seguridad social y ciudadanía.
En Nicaragua, y otras naciones, el proxenetismo está penado por la ley, pero el trabajo sexual o prostitución, como tradicional y erróneamente se le llamó, no.
En Nicaragua, las trabajadoras sexuales son parte del sistema judicial al cual están incorporadas como facilitadoras judiciales. Este hecho fue mostrado en un documental dirigido por la franco-nicaragüense Florence Jauguey y que fue premiado en varios concursos internacionales.
Dieciséis son las mujeres acreditadas por la Corte Suprema de Justicia; su misión es apoyar la mediación entre las partes en conflicto antes de llegar a un juicio, o que se tome justicia por las propias.
Ahora, ellas luchan por constituir un sindicato, ya que además de considerarse trabajadoras, se clasifican en el «cuentapropismo», una categoría en la que se agrupan vendedores ambulantes, quienes venden en los principales semáforos desde parabrisas y relojes, hasta frutas y toallas.
El 8 de marzo, para celebrar el Día Internacional de las Mujeres, unas 18 de ellas, trabajadoras activas, se sumaron al paro internacional llamado por el feminismo internacional, para intercambiar experiencias con el sindicato de cuentrapropistas y conocer cómo establecer un sindicato, dijo María Elena Dávila, la coordinadora de la asociación Girasoles. Por el momento se afiliaron a este sindicato, aunque persiguen contar con su propia organización.
«Buscamos hacer respetar nuestro derecho a trabajar. Mucha gente confunde la trata de personas con fines de explotación sexual con el trabajo sexual. Nosotras hemos hecho una opción consciente y queremos ser protegidas, como lo son todas las personas que trabajan.», indicó.
«El trabajo sexual lo ejercen personas mayores de edad, por decisión propia, sin coerciones; esto no es, ni promueve, la trata de personas, y queremos que se reconozca como trabajo para no tener que esconder nuestra ocupación en casa», dijo Dávila.
«El vacío legal sobre el trabajo sexual vuelve el trabajo precario, y nosotras somos parte de la clase trabajadora», agregó.
La trata la sufren las personas que son captadas con engaños, recurriendo a la violencia, con amenazas, traslados, rapto y reducción a la esclavitud, para obligar a prestar servicios sexuales. En cambio, cuando nosotros prestamos un servicio sexual, negociamos y acordamos de mutuo acuerdo con el cliente. Tenemos control sobre nuestros propios cuerpos, dijo Dávila.
Las trabajadoras sexuales están organizadas al nivel de Latinoamérica en la Red de Trabajadora Sexuales (RedTraSex). Este año fueron escuchadas en la audiencia 161 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Además de denunciar la ilegalidad del trabajo sexual en muchos países, ellas reclaman que la falta de reconocimiento a su opción laboral se traduce en detenciones arbitrarias, torturas, tratos crueles e inhumanos, falta de garantías judiciales, discriminación en los servicios de salud, en resumen, desigualdad ante la ley.
En Nicaragua firmaron un acuerdo con la Procuraduría de los Derechos Humanos, para trabajar en conjunto la defensa de los derechos humanos.
El WhatsApp que conecta a las integrantes de Las Girasoles es muy amoroso. Cada noche, María Elena envía saludos, pensamientos feministas, de autoayuda.
Una nota dice: «las mujeres no debemos tener miedo juntas, tenemos una sola voz, demandamos libertad. Un abrazo de osa».
También comparten denuncias de femicidios, reclamos por justicia como el de Lety, una joven del norte de Nicaragua que mató a su marido en defensa propia y de su hijo.
La relación entre los movimientos feministas y las trabajadoras sexuales no ha sido muy fluida. Las Girasoles han tenido más acercamiento con el Programa feminista La Corriente.
En una investigación realizada en 2015, Bertha Sánchez, máster en Género y Desarrollo, encontró que algunas feministas atribuían esta separación a la diferencia de clase de estas y las líderes, mientras otras lo atribuían a la falta de discusión de la sexualidad, sobre la cual aún priman conceptos moralistas y abolicionistas.
En Nicaragua, según datos de la Red, 14.486 mujeres realizan trabajo sexual y 14 por ciento de ellas están organizadas.
El abolicionismo feminista ubica el trabajo sexual como producto de la desigualdad entre hombres y mujeres y, según la feminista española Ana de Miguel Álvarez, citada por Sánchez, reafirma la cosificación de la mujer, son víctimas del sistema.
Otras teóricas argumentan que el trabajo sexual se ha justificado como una medida para salvar matrimonios a partir de canalizar prácticas sexuales requeridas por la sexualidad masculina y no ligadas a la reproducción. Para Ana Gimeno, otra estudiosa, los hombres no compran un cuerpo, sino una fantasía de dominio.
Para el feminismo pro sexo, que es de aparición más reciente, el debate sobre el trabajo sexual está ligado a las ideas de la sexualidad, en oriente ligadas a la visión del mundo judeo cristiana, que concibe como sexo bueno aquel realizado dentro del matrimonio, por personas heterosexuales.
Agrega un sexo intermedio como la masturbación, el sexo entre heterosexuales promiscuos, personas gay estables y el definitivamente malo, como el travestismo, trabajo sexual, fetichismo, precisa Sánchez al citar a la antropóloga estadounidense Gayle Rubin.
La autora recalca que esta escala conduce a múltiples opresiones; respeto para el sexo considerado bueno y ausencia de respetabilidad para el otro. En su publicación, Sánchez insiste en que la sexualidad es un producto histórico, es decir, que evoluciona en el tiempo y es producto de las relaciones sociales, y que por eso autoras del feminismo pro sexo hacen frente a su contexto social con entereza y decisión, y no como un objeto pasivo.
Desmontar el estigma de «puta» que afecta a todas las mujeres, dijo Sánchez, es una prioridad, puesto que es una calificación que todas hemos sentido que nos persigue en algún momento, agregó.
«Este estigma entra en función cuando nos vestimos o comportamos de alguna forma no tradicional. El estigma de puta conlleva un riesgo de exclusión social, y lo sentimos si salimos de noche y esperamos un taxi, si nos tomamos una cerveza en público. Implica la invalidación de nuestras capacidades, la presunción de desequilibrio psicológico, todos factores que justifican la violencia».