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Literatura, jet set y diplomacia

El escritor Carlos Fuentes y el comandante Daniel Ortega en los años 80.

* Amigo de Cuba y Nicaragua en los años 80, Carlos Fuentes fue además figura clave del boom latinoamericano y un poderoso político, capaz de seducir a actrices de Hollywood y presidentes del mundo.

Roberto Careaga

Fiesta en Nueva York. Como siempre, Carlos Fuentes va impecablemente vestido y de bigote perfecto. No sólo es un genuino dandy importado desde México, además es uno de los tres o cuatro escritores latinos de moda en el mundo. Son los años del boom. Corre 1969 y Fuentes está saliendo de un matrimonio con la actriz Rita Macedo. En la fiesta hay otra actriz en medio de un divorcio: la inquietante Jean Seberg ahora es la ex de Romain Gary. Es un flechazo. A los pocos días, Jean y Carlos se van juntos a México, a la filmación de La leyenda de la ciudad sin nombre, un western con Clint Eastwood. Estalla un romance arrebatador, en el que Fuentes nunca deja de sorprenderse de “la infinita capacidad sexual” de Seberg.

Macho alfa de la bohemia del boom, Fuentes contó su historia con la actriz norteamericana muchos años después, en el libro Diana o la cazadora solitaria (1994). Aunque ocupando seudónimos, el autor de La región más transparente dio una precisa descripción de su vida por esos años: era un hombre del jet set internacional. Ya lo había dejado claro en 1973, cuando en el primer volumen de sus Obras completas publicadas en España aparece una selección de fotos que lo muestran junto a Arthur Miller, Pasolini, Luis Buñuel, Seberg y Shirley MacLaine, entre otros.

Pese a sus 83 años, su muerte el lunes pasado fue sorpresiva. Fuentes tenía agendado un 2012 viajando por el mundo, nuevos libros por lanzar y novelas por escribir. Seguía siendo un “tiburón”, como alguna vez lo definió William Styron: “No podía quedarse quieto”. Era, claro, más que eso: única estrella capaz de opacar a Octavio Paz en la literatura mexicana, Fuentes dotó a su país de un imaginario político y urbano en novelas totémicas como La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz.

Cosmopolita por naturaleza y hombre de izquierda por opción, Fuentes también fue un político insaciable que desde su juventud disparó contra la burguesía, apoyó la Revolución Cubana y al sandinismo en Nicaragua, persiguió a la corrupción en México, libró una batalla contra George Bush. “Guerrillero-dandy”, le dijo Enrique Krauze en un afilado artículo de 1988, en la revista Vuelta (propiedad de Paz), acusándolo de vender a EE.UU., entre otras cosas, un México de postal en sus obras. Sólo rasguños.

Pero antes del intelectual público, Fuentes dudó siquiera de dedicarse a escribir. En 1950, un Fuentes de 21 años llegó a Suiza para seguir estudiando en el Instituto de Altos Estudios Internacionales. El gen diplomático de su padre estaba en él. Invitado por un grupo de amigos al exclusivo restaurante del hotel Baur-au-Lac, se sentó en la mesa de al lado donde cenaba Thomas Mann. No se atrevió a hablarle. No importó: “Siempre le quedaré agradecido por haberme enseñado, en silencio, que en la literatura sólo se sabe lo que se imagina”, escribió Fuentes en 1998.

Nacido en Panamá y criado entre Washington, Santiago y Buenos Aires, el autor de Aura fue, según Julio Ortega, “el primer escritor internacional de la lengua”. Antes de él, como dijo Elena Poniatowska, no existían los escritores a tiempo completo, todos tenían otras profesiones: “Le dio glamour al oficio”. A fines de los 60, en el estallido del boom, José Donoso lo retrató así: “Encarnó ese triunfo, esa fama, ese poder, ese lujo cosmopolita que parecía imposible de obtener desde las encerradas capitales latinoamericanas”.

Con esa estampa y manejo de las relaciones internacionales, Fuentes asumió como “canciller” en el boom. Recomendó a Donoso para ser publicado en EE.UU., introdujo a García Márquez en el castrismo, aglutinó al grupo: después de estrenar en 1970 una obra en el Festival de Avignon, subió a Vargas Llosa, García Márquez y Donoso, junto a sus esposas, a un bus con dirección a la casa de Julio Cortázar.

Asiduo visitante de EE.UU., su apoyo a Cuba lo puso en problemas: le cerraron la frontera. Entonces, Fuentes echó andar un lobby con sus amigos Norman Mailer, Styron y el senador William Fulbright, entre otros. Según Julio Ortega, “los Kennedy terminaron cambiando la ley para dejarlo entrar”. Era, al fin y al cabo, uno de los suyos. Amigo de los ex presidentes François Mitterrand y Ricardo Lagos, Fuentes dijo que fue Bill Clinton quien le dio la idea para escribir La silla del águila (2001), esa novela sobre las mazmorras de la política, que alguna vez Michelle Bachelet escogió como su favorita.

Ambicioso hasta el final, el año pasado publicó el ensayo La gran novela latinoamericana y, a pedido del diario El País, escogió un canon de las letras latinas del siglo XXI, donde incluyó a tres chilenos -Arturo Fontaine, Sergio Missana y Carlos Franz-, pero evitó a Roberto Bolaño. No lo había leído, quería que pasaran los homenajes fúnebres. Apareció antes la muerte, no sólo acallando a Fuentes, sino también diezmando a la generación de gigantes y estatuas que aún pueblan como fantasmas la literatura latinoamericana.

Link:

http://diario.latercera.com/2012/05/20/01/contenido/cultura-entretencion/30-108956-9-literatura-jet-set-y-diplomacia.shtml

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